Artículos
E-mail
nuestrosmayores


 ¿MERECEN NUESTROS MAYORES 

 

EL TRATO QUE LES ESTAMOS DANDO?

               

Tal vez ha llegado el momento de preguntarnos si estamos haciendo las cosas bien.
Tal vez es el momento de replantearse si vamos en la buena dirección.
¿Es normal que nuestros ancianos estén muriendo en residencias sobresaturadas por la situación crítica que vivimos?
¿Los llevaremos a casa, de donde los “trasladamos”, para que pasen este período, que nadie sabe cuánto va a durar, para después devolverlos a su realidad de residencia?
¿Nos hemos planteado cómo lo van a sobrellevar? ¿Son sacos que movemos a conveniencia?
¿Es humano llevarlos a casa, de la que un día, a veces por necesidad, a veces por otras razones, fueron desplazados, para que pasado este tiempo de crisis sanitario-socio-económica se vean obligados a cambiar un ambiente familiar por su día a día en la residencia?
Nos sale la “vena humana” devolviendo a nuestros mayores a sus hogares de antaño pero… ¿nos preguntamos cómo van a superar el trauma de ser devueltos a la residencia? ¿Cómo van a afrontar el pasar de un entorno con hijos y nietos, y tal vez en el mejor de los casos hasta con mascotas, a una realidad de ancianos como ellos, desconocidos, con la/el asistente abnegada como su mejor confidente y acompañante?
Visto que hay numerosos hoteles que con un gesto encomiable de generosidad están ofreciendo sus habitaciones para lo que sea menester ¿no sería mejor acomodarlos en estas instalaciones de las que podrían disfrutar de un bienestar y de unas comodidades a modo de “vacaciones”, sin duda merecidas? El shock emocional al volver a la “normalidad” de la residencia, sería muy distinto si se trata de renunciar a una habitación de hotel o a un ámbito familiar temporal.
No olvidemos que nuestros ancianos de hoy son los que en su momento levantaron el país en el que vivimos, sin entrar en enfrentamientos territoriales ni ideológicos, enfrentamientos que, para qué negarlo y sea dicho de paso, dan de comer a muchos que viven de la polémica y la confrontación.
Nuestros mayores vivieron dos guerras y una guerra civil, han criado a sus hijos trabajando de sol a sol para poder ofrecerles los estudios y las enseñanzas que ellos no tuvieron.
Han pasado hambre y restricciones, más del doble de las que vivimos ahora con el confinamiento del que tanto nos quejamos.
Ellos saben lo que es hacer cola para obtener comida, pero no con un carrito de la compra sino con una cartilla de racionamiento.
Ellos son los que hoy ven incrédulos como la realidad supera la ficción y el mundo se desploma ante sus ojos, un mundo que lucharon por construir con su esfuerzo y que se desmorona a pasos agigantados.
Ellos, a los que cuando no estén lloraremos y echaremos de menos.
Ellos, cuyo esfuerzo y sacrificio se ve recompensado con una pensión indigna y miserable a favor de las ganancias de los que dicen luchar por sus derechos.
Ellos, de los que Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo dijo en su momento “los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo y YA”.

Rosa María Canas.

Autora del libro “Alzheimer, cuando se pierden las ideas”.

 

Rosa Maria Canas ©2020

 

 

 

 
E-mail
unionterapiasnaturalesalopatia

¿Y si aplicáramos 

 de una vez por todas aquello de 

 

       “la Unión hace la Fuerza”

 

en lugar del “Divide y Vencerás”?

                         

A pesar de las numerosas evidencias científicas que avalan el buen funcionamiento de las terapias naturales hay aún quien se empecina en denominarlas erróneamente “terapias alternativas”. Con este calificativo se parte ya de un problema de base, de concepto erróneo que concluye con un total desconocimiento de lo que son este numeroso grupo de terapias y, lo que es peor, una desacreditación de las mismas totalmente gratuita. 

Debería llamarse a cada cosa por su nombre una vez comprobada su eficacia y no enzarzarse en un discurso inútil y estéril que para terminar es dañino para todos: para terapias ancestrales, algunas de las cuales datan de antes de la medicina actual, para el profesional de las terapias naturales, que se ve atacado y ridiculizado, para la sociedad, que ve mermado su legítimo derecho a elegir la terapia con la que quiere tratarse, y para quien lanza afirmaciones infundadas, porque finalmente será diana de su propio descrédito.

Las terapias naturales no son “terapias alternativas” puesto que este atributo supone tener que elegir entre dos opciones. Son terapias complementarias a las convencionales, ni mejores ni peores; son terapias que podrían llamarse “cooperantes”: colaboran a lo que es, o debería ser, mantener la salud de las personas. Este tipo de terapias y la considerada ortodoxa no son enemigas ni excluyentes, por mucho que algunos insistan en definirlo así; juegan en la misma liga y con el mismo objetivo: prevención, tratamiento y recuperación del bienestar físico, psíquico y emocional, solo que con herramientas distintas. Es por ello que deberían colaborar y trabajar conjuntamente, cada una desde sus principios y con sus recursos.

¿Y si en pro del bien común se dejara ya de generar enfrentamientos basados en intereses económicos, en voluntades supremacistas de ser el poseedor de la “verdad absoluta”? ¿Y si se dejara de lado la colección de “egos” en pro de una visión más humilde capaz de reconocer que no existe un solo camino para llegar al mismo fin? ¿Y si reconociéramos que detrás de una evidencia científica se esconde una realidad empírica, punto de partida de las terapias naturales que tanto se critican y cuestionan?

En definitiva, ¿y si aplicáramos de una vez por todas aquello de “la unión hace la fuerza” en lugar del “divide y vencerás”?

Probablemente, con un poco de buena voluntad y unas miras un poco más amplias saldríamos todos beneficiados, como individuos y como sociedad.

Rosa Maria Canas ©2020

 

 

 

 
E-mail

bulimianerviosa

 

BULIMIA NERVIOSA I

 

 

TRASTORNOS ALIMENTARIOS (III)

 

 “El concepto de cuanto más gordito más sanito” y “cuanto más sanito más guapito” ha sido llevado hasta el otro extremo presentando como modelo a imitar la extrema delgadez”.

“Son numerosos los referentes históricos que se identifican con la bulimia: desde las prácticas de los banquetes en la Roma antigua hasta ejemplos remotos del catolicismo”

El concepto clínico de bulimia nerviosa es más reciente que el de anorexia y si bien se desconocen las causas que pueden provocar este trastorno alimenticio se identifican con factores psíquicos, sociales y biológicos. La persona bulímica tiene una visión desvirtuada de sí misma, un énfasis excesivo por su apariencia física, suele tener comportamientos perfeccionistas y por lo general carencias afectivas que suple con la comida a pesar de su miedo excesivo a engordar. Aunque su peso sea normal siempre se ve gorda pero a pesar de ello no puede reprimir sus ansias por comer. Hasta hace sólo unas décadas la gordura se consideraba señal de buen status social puesto que indicaba que no había problemas económicos para alimentarse. Esto era asociado además a la idea de que “cuanto más gordito más sanito” y “cuanto más sanito más guapito”; por tanto el indicativo de belleza y de éxito era precisamente tener ciertos quilos de más.

Los modelos socioculturales en la actualidad han variado mucho de este principio y ha quedado claro que sobrepeso no es sinónimo de salud sino todo lo contrario, es fuente de problemas y enfermedades. Es indiscutible que una completa y correcta alimentación es la base de un buen estado de salud sin embargo este concepto se ha llevado al otro extremo y las figuras entradas en carnes a lo Rubens se han sustituido por cuerpos de una delgadez extrema en los que no hay ni un gramo de grasa. El mensaje actual es ahora el de “cuanto más flaquito más bonito” y esto puede provocar en los sectores más susceptibles a las modas, como por ejemplo los adolescentes, ciertos trastornos alimenticios que se traducirán en dietas salvajes y descontroladas y en reducción y supresión de ciertos alimentos hasta el punto de negarse a comer (anorexia nerviosa). Esta excesiva restricción alimenticia auto-impuesta suele llevar a un fuerte estado de ansiedad que producirá el efecto contrario al esperado y en ocasiones acabará conduciendo a un deseo patológico de ingerir grandes cantidades de comida, tras lo cual aparece el sentimiento de culpabilidad que se “soluciona” provocándose el vómito.

La palabra bulimia proviene de los términos griegos “boûs” que significa buey y “limós” que quiere decir hambre y se define como “gran voracidad o hambre insaciable”, dicho popularmente “hambre canina”. Este concepto es relativamente nuevo si bien, aunque no con esta etiqueta, ya encontramos referentes históricos que se inducían el vómito tras una comida compulsiva.

Es sabido, por ejemplo, que en la Roma clásica era una práctica habitual comer cuantiosa y compulsivamente hasta hartarse y luego provocarse el vómito para así poder continuar comiendo.

En el siglo X, Aurelianus Caelius, considerado el médico más eminente de la antigüedad después de Claudio Galeno, definió lo que llamó “hambre mórbido” como un “apetito feroz con deglución en ausencia de masticación y vómito auto-provocado”, observando que en estos enfermos eran evidentes las glándulas parótidas y las caries, signos que hoy identificamos con la bulimia nerviosa porque son consecuencias del vómito. El vómito se utilizó también en ámbitos religiosos durante la época feudal como método de castigo y penitencia; así pues, santa Catalina de Siena (s. XIV), doctora de la iglesia católica, se liberaba de sus culpas vomitando y a base del consumo de hierbas diuréticas y purgantes.

A pesar de todos estos antecedentes el concepto de bulimia es reciente.

El estudio de este problema no apareció hasta que en 1976 Lodahl describió el síndrome de purga y atracones o bulimarexia (trastorno alimentario que combina anorexia y bulimia). Posteriormente, y a raíz de la definición del doctor estadounidense William Russell en 1979, la bulimia se describe como enfermedad y se reconoce como un desorden psiquiátrico. Desde 1980 aparece en el DSM, Manual de Psiquiatría Americana que clasifica los trastornos mentales, como la ingesta excesiva de alimentos en un corto período de tiempo, acompañada de sensación de pérdida de control sobre dicha ingesta y de conductas compensatorias como el vómito auto-inducido, el abuso de diuréticos y laxantes, ejercicio físico...etc.

Rosa Maria Canas ©2018

 
<< Inicio < Prev 1 2 3 4 5 6 7 8 Próximo > Fin >>

Página 1 de 8